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14 diciembre 2020

Mejorar la calidad del aire es tarea de todos

 

Si queremos controlar la pandemia, preservar la salud del planeta y de la especie humana, tendremos que acelerar la transición energética y modificar nuestro estilo de vida*.

Dayana Agudelo Castañeda**

Transmisión aérea

Desde que la Organización Mundial de la Salud (OMS) reconoció que el coronavirus puede transmitirse por vía aérea, sabemos que el riesgo de contagio es mayor en los espacios cerrados, y que debemos mejorar los sistemas de ventilación de los lugares que no cuentan con ventilación natural. También sabemos que debemos evitar la recirculación del aire en sistemas centralizados, a menos de que tengan filtros HEPA o podamos medir si contamos con la tasa de recambio de aire necesaria para garantizar la dispersión de los bioaerosoles, es decir, del virus.

Una lección menos obvia, pero tan importante como las anteriores, es que debemos reducir la contaminación del aire. Lamentablemente, esto es más difícil que contener la contaminación del agua o del suelo porque las fuentes contaminantes del aire son mucho más diversas. Además, respiramos entre 5 y 7 litros de aire por minuto, y aspiramos algunos de los contaminantes que presenta.

Los peligros del aire contaminado

Las partículas de mayor diámetro aerodinámico no son respirables, en cambio, las menores de 10 µm (PM10) sí pueden ingresar a nuestro sistema respiratorio, y las más finas, menores de 2,5 µm (PM2.5), pueden llegar hasta los alvéolos pulmonares. Por su parte, las partículas submicrónicas menores de 1 µm (PM1) pueden atravesar los alvéolos y llegar directamente al torrente sanguíneo.

Las partículas más pequeñas (PM1) son las más peligrosas porque tienen más contenido de hidrocarburos aromáticos policíclicos (HAPs), es decir, contaminantes ambientales ubicuos que aparecen durante la combustión incompleta de materiales orgánicos cómo el carbón, petróleo, gasolina, diésel y madera.

La Agencia Internacional para la Investigación del Cáncer y la Agencia de Protección Ambiental de los Estados Unidos han señalado que algunos de estos compuestos podrían ser cancerígenos, y varios estudios han comprobado que los vehículos emiten principalmente partículas finas (PM1) con alto contenido de HAPs.

Los HAP cancerígenos y mutagénicos se originan principalmente en áreas urbanas donde el tráfico es denso y las poblaciones humanas son numerosas. En otras palabras, los carros camiones y buses de las grandes ciudades emiten partículas submicrónicas que podrían contener componentes cancerígenos.

Estos contaminantes se encuentran al nivel del suelo y, por ende, es fácil que los respiremos. Los niños pequeños son especialmente vulnerables a la contaminación del aire porque su tasa de respiración es más alta y su altura de respiración más baja que las de adultos y niños mayores. Desafortunadamente, en las grandes ciudades muchos colegios están ubicados en vías principales donde los contaminantes atmosféricos pueden ingresar fácilmente a los salones de clase.

Foto: PxHere - La mala calidad del aire por los altos niveles de contaminantes pueden ser nocivos a la salud humana.

Los confinamientos y la calidad del aire

La pandemia corroboró lo que los ambientalistas hemos creído desde hace décadas: si cambiamos nuestro comportamiento y nuestros hábitos de consumo, podemos lograr cambios asombrosos en el medio ambiente. El cierre de fronteras, la reducción de la movilidad, y la disminución del consumo provocaron que las emisiones de combustibles fósiles emitidas vehículos, aviones, camiones e industrias, y el dióxido de nitrógeno y el dióxido de carbono (CO2) disminuyeran significativamente en varias regiones del planeta. De hecho, durante el confinamiento hubo una reducción del 26% las emisiones globales diarias de CO2.

En el caso de Colombia, se registraron tendencias contradictorias en el comportamiento de los contaminantes atmosféricos durante el confinamiento obligatorio y flexible. Un estudio encontró que durante el aislamiento obligatorio los contaminantes PM10, PM2.5 y NOalcanzaron niveles sumamente bajos en Medellín y Bogotá, pero también registraron quemas de bosques, que probablemente fueron causadas por el aumento de la producción agropecuaria o por individuos inescrupulosos.

Los carros camiones y buses de las grandes ciudades emiten partículas submicrónicas que podrían contener componentes cancerígenos.

Las quemas de biomasa o de bosques naturales pueden emitir contaminantes similares a los mencionados anteriormente. Además, una menor cantidad de árboles implica una menor absorción de contaminantes atmosféricos y, por ende, una peor calidad del aire.

Nuestra responsabilidad

La pandemia ratificó que nuestro estilo de vida no es conveniente para el planeta ni para nosotros mismos. Desde hace décadas, nuestro comportamiento está afectando de forma negativa la calidad del aire que respiramos.

Algunos estudios recientes han encontrado un vínculo entre concentraciones elevadas de PM2.5 y NO2 y el aumento del número de infecciones y la tasa de mortalidad por COVID-19. Al parecer, la estimulación de la inflamación pulmonar crónica de fondo juega un papel importante en esta relación, pero es necesario llevar a cabo más estudios para entender mejor este fenómeno.

Otros estudios han demostrado que existe una relación entre la exposición a altas concentraciones de material particulado (principalmente PM2.5) y el desarrollo de enfermedades respiratorias en el largo plazo. De hecho, la OMS estima que cada año 7 millones de personas mueren de forma prematura debido a la contaminación atmosférica.

Es hora de asumir nuestra responsabilidad y confrontar este fenómeno. Para ello, debemos enfocarnos en la transición energética: es momento de desarrollar y usar fuentes de energía que no emitan contaminantes atmosféricos. Así mismo, debemos avanzar hacia la movilidad sostenible en las grandes ciudades, cambiar nuestro estilo de vida, y reducir el consumo. Es hora de entender que mejorar la calidad del aire es una tarea colectiva que debemos adelantar en pro del bienestar de nuestro planeta y de nuestra especie.

*Este artículo hace parte de la alianza entre Razón Pública y la Universidad del Norte. Las opiniones son responsabilidad de los autores.

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