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26 noviembre 2019

Por: Amilkar Acosta Medina
El pasado viernes 15 de noviembre se cumplieron los primeros 30 años del fallecimiento del negro grande del acordeón, Gilberto Alejandro Durán Díaz, alejo, en la habitación 204 de la clínica Unión de Montería.
A las 8:55 de esa mañana, triste para el folklor vallenato, dejó de latir el corazón de quien se coronara como el primer rey de la leyenda vallenata el 27 de abril de 1968. Él nació en el paso de los adelantados (cesar) un 9 de febrero de 1919, pero, como le respondió al reputado periodista Juan Gossaín, “uno es de donde lo quieran”, es decir, de cualquier parte en donde se hace querer. Hace cien años nació y como todo juglar que se respete, era muy andariego y mujeriego además.
Él, con su picardía socarrona, dejó de una pieza a la cacica consuelo Araujo con la respuesta que le dio a su pregunta sobre su fama de mujeriego: “niña consuelo, dagame usted, qué hombre no es mujeriego cuando joven”. Pero, sorprendió aún más al periodista Alberto Salcedo y a sus contertulios la respuesta que les dio el negro grande del acordeón cuando le indagaron sobre el número de hijos que había dejado a lo largo de su trasegar, siempre con el acordeón al hombro y su sombrero vueltia´o.
Después de pensar, repensar y apelar a su memoria calculó que serían “unos veintiséis”. Pero, al insistirle en que les contara si los había tenido con la misma, él respondió a rompe “con la misma…pero con distintas mujeres. Alejo Durán fue un músico completo, versátil, émulo de Emiliano Zuleta Baquero, él con la misma innata inteligencia con la que componía sus canciones, que pasaron de mil, las interpretaba en su “pedazo” de acordeón y las cantaba, siempre acompañándolas con su sello indeleble: ¡apa, oa, sabroso! bien lo dijo él en una de sus tantas composiciones, la puya que lleva por título “ese negro sí toca”! el paso no ha parido otro igual a Alejo Durán ni el vallenato ha vuelto a tener otro igual, un hombre sencillo, sin aspavientos, animaba a las parrandas pero sin hacer parte de ellas, porque él era negado para livar licor y no tenía inconveniente en amanecer en ellas, amenizándolas a palo seco. Ese era, fue y seguirá siendo Alejo Durán para quienes el vallenato es intravenoso, porque lo llevamos en la sangre, que, al decir del recordado escritor caribe David Sánchez julio, tiene memoria!
Alejo a nada le ponía misterio, ni a la muerte misma, porque, según él, “eso de morirse no tiene nada de particular. Todos tenemos que hacerlo tarde o temprano. Es casi una obligación de nosotros mismos” y ya, como dijera el poeta de la raza antioqueña Jorge Robledo Ortiz refiriéndose a la parca, “esa muerte elemental y simple”. Así concibió él su partida anticipadamente.
Tegucigalpa, noviembre 17 de 2019.
 www.amylkaracosta.net

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